domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Mártires?

¿Mártires?

Desde que se anunció la multitudinaria beatificación de 498 personas asesinadas durante la Segunda República y la Guerra Civil españolas, he procurado leer los más diversos artículos sobre el tema. Después de las lecturas, siempre me quedó un regusto de insatisfacción, pensando que algo sobraba o faltaba, y que los argumentos no eran concluyentes.

Para fijar mi opinión, partamos de la siguiente definición de mártir que podría ser generalmente aceptada: Persona que padece voluntariamente la muerte o un tormento mortal, sufrido con paciencia y fortaleza por odio contra la fe cristiana o contra la ley de Dios. Por ello, dice S. Agustín, "No hace al mártir la pena que padece, sino la causa o motivo por que padece". Mueren, por tanto, por ser religiosos, por odio a la religión concebido como tal tanto en la mente de los verdugos como en la de las víctimas.

En la Iglesia Católica, por tanto, se tiene por mártir, y puede ser beatificado o canonizado como tal, cualquier persona de la que se demuestre fehacientemente que entregó su vida en estas circunstancias y no es mártir, en consecuencia, aquel a quien le arrebatan la vida por cualquier otro motivo.

Aceptado lo anterior, podemos llegar a las siguientes consecuencias o situaciones:

Primero: Sería mártir el sacerdote fanático, delator de republicanos, interesado, apegado a los ricos y despreciador de los pobres, a quien unos incontrolados milicianos le proponen que blasfeme y se acueste con una prostituta, y él se niega y muere gritando: ¡Viva Cristo Rey!

Segundo: No sería mártir el sacerdote pobre, humilde, situado al lado de los últimos, que apoyó a la República pensando que acabaría con el caciquismo y con la opresión de los trabajadores, aunque todo esto lo hiciera movido por su creencia firme en el Evangelio, a quien unos incontrolados falangistas fusilan mientras que, como Jesús en la Cruz, se queja al Padre musitando: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”

Tercero: El martirio es la consecuencia del choque de dos fanatismos: el de la víctima y el del verdugo.

Cuarto: Ser mártir no depende tanto del que entrega la vida, sino, sobre todo, del verdugo. Si éste no se mueve por odio a la fe de la víctima, ésta no alcanza la gloria del martirio.

Quinto: No entiendo el interés de algunos cristianos progresistas en que sean beatificados los curas asesinados por el bando nacional. A estos no les añade nada que una iglesia fanática e intransigente les adorne con ningún tipo de palma; ni son mártires, ni falta que les hace, ya que su asesinato no fue por odio a la fe.

Sexto: Sólo cambiando el concepto de mártir de uso corriente en la Iglesia, de modo que no fuera determinante el odio a la fe en el verdugo, y sí el compromiso de la víctima, serían beatificables y canonizables tantos que perdieron su vida, no por ideas o por un fanatismo absurdo, sino por su compromiso radical y práctico con los valores evangélicos, y en consecuencia con los oprimidos. Recordemos a algunos: el sacerdote brasileño Joâo Bosco Penido Burnier fue asesinado en 1976. El obispo argentino Enrique Angelelli. Monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980 por militares salvadoreños mientras decía misa. Ignacio Ellacuría y cinco compañeros jesuitas y dos mujeres, comprometidos todos ellos con la liberación de los pobres.

En conclusión, desear el martirio es, al menos, una ingenuidad, si no, una estupidez al alcance de cualquier fanático, y ser mártir es una desgracia que, de por sí, no dice nada de la honestidad de vida del afectado. Acordémonos de los mártires voluntarios que, en la España musulmana, con desprecios al Corán y a Mahoma, ponían a las autoridades en el brete de asesinarlos, y algunos lo conseguían. Por el contrario, en este sentido, entre los musulmanes creo que no se dan los mártires ya que para ellos no es inmoral simular la apostasía ante una fuerza mayor. Sabia actitud porque ¿a cuento de que va a agradar a un Dios bueno y cariñoso que alguien pierda el don precioso de la vida sólo porque a cualquier fanático se le antoje que debe pronunciar unas palabras que se lleva el viento?

La vida es algo tan precioso que estimo absurdo entregarla para defender ideas. El medio adecuado para ello sólo es el diálogo en un contexto de libertad.

Entregar la vida sería laudable, sólo y exclusivamente, cuando se persigue el bien de personas, y no en aras de ideales por sublimes que estos fueren.

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