viernes, 7 de mayo de 2010

Rememorando la formación recibida en los años 50

POLÍTICA Y VIDA EN EL SEMINARIO DE GRACIA DE GRANADA EN LOS AÑOS 50 DEL SIGLO PASADO

Al intentar escribir sobre este tema he consultado con varios compañeros del Seminario Menor y, en principio, todos hemos coincidido en afirmar que la formación política fue, en aquel tiempo, algo ausente. Sin embargo, a lo largo de la conversación han ido apareciendo muchos detalles que, en conjunto, nos han obligado a cambiar el primer diagnóstico y que lleguemos a aceptar la existencia de un adoctrinamiento político, si bien sutil e indirecto.
¿De donde, si no, pudo salir mi idea de que Franco podía ser perfectamente católico y dictador a la vez? En efecto, cuando siendo ya subdiácono pasé un verano en Alemania, los obreros alemanes de la fábrica donde trabajé me preguntaban que como Franco era católico y dictador. Ante semejante pregunta, si mi capacidad crítica en lo político hubiera sido mínima, la respuesta se hubiera orientado a demostrar que el Caudillo no era un auténtico católico, Sin embargo, sólo recurrí a compararlo con Hitler y rebajar su dictadura en relación con las del Eje. Gracias a la desinformación en todo un Seminario Menor y gran parte del Mayor, la brutal dictadura de Franco a mi me parecía una “dictablanda”.
En nuestra época de seminaristas menores no existió la asignatura de Formación Política que todos los estudiantes de otros centros tuvieron que aguantar. Nosotros, en compensación, recibíamos de modo sutil, indirecto e implícito una formación política que nos llevó a aceptar la situación sin ningún tipo de crítica. Gracias a ella, las palabras “rojo”, “comunista”, “demonio” y “judío”, para muchos de nosotros, eran sinónimas., y la imaginación infantil representaba el contenido de las mismas en un ser de orejas puntiagudas, con cuernos, rabo, tridente y alas de murciélago. Ante esto, sólo cabía rezar para que el comunismo no siguiera avanzando y confiábamos firmemente en que Dios no lo permitiría. En esta línea, “república” era sinónimo de desorden, de modo que ante la confusión y el caos se recurría a la frase: “esto parece una república”.
Todos los curas matados por los “rojos” eran mártires que merecían veneración como los que perdieron la vida en la rebelión de los moriscos. De hecho, en este tiempo se acrecentó la galería de truculencias encogedoras de seminarísticos corazones infantiles al añadírsele a la colección de mártires de la rebelión de los moriscos unos cuantos cuadros de mártires de la “Cruzada”. Por cierto, que uno de estos cuadros tuvo que ser devuelto al pintor para que retocara a la tentadora del mártir que le había salido, aunque en miniatura, con un generoso escote a través del cual se adivinaban unos senos demasiado opulentos. De esta modo se borró lo que pudo ser un alivio, si bien algo pecaminoso, entre tanta escena desagradable. Por cierto, que en aquel tiempo nadie nos dijo que el católico Franco había encarcelado a los no menos católicos curas vascos opuestos a sus ideas. El que escribe tuvo que esperar a oírlo de labios de un médico “rojo” (léase republicano) siendo cura de Mecina Bombarón.
Exponente de nuestra incultura política, a la vez que de la aceptación acrítica de la situación, pueden ser las dos anécdotas siguientes, ocurridas a un compañero de mi mismo curso, hoy catedrático de universidad. Por aquel tiempo, otro compañero de ambos, aficionado a las preguntas indiscretas e inesperadas, le espetó: ¿Tú eres republicano o monárquico? A lo que el interrogado contestó con una doble pregunta: ¿Qué e ser republicano y que es ser monárquico? La formulación de esta cuestión quizá no sólo indique la crasa ignorancia política del preguntante, sino también la inutilidad práctica de la misma, ya que nosotros teníamos un régimen distinto de ambos en el que nos gobernaba “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”. A pesar de todo, cuando la fue aclarado el significado de ambos términos contestó impertérrita e ingenuamente: “entonces soy republicano”.
La segunda anécdota le ocurrió en Francia, donde convivió con estudiantes de aquel país y, al saber que era de Granada, le hablaron de su paisano, el gran poeta granadino Federico García Lorca. Nuestro protagonista sólo pudo participar en la conversación con una pregunta que desconcertó a sus interlocutores galos: ¿Y ese quien es? Nótese que esto ocurrió a pesar de que nuestro amigo había estudiado Historia de la Literatura Española con D. Antonio Espigares que en paz descanse.
Por aquellos años, este bendito profesor pasaba como sobre ascuas o no mencionaba siquiera a los literatos que de algún modo pudieran ser contrarios en ideas o en actitud vital al régimen establecido. Para él la Generación del 98 casi entera era calificada con el apelativo de gentes de “ideas dieciochescas y liberaloides” y Pío Baroja, en particular, era el Impío Baroja, mientras que literatos tan relevantes como Lorca, Alberti o Miguel Hernández no merecían , ni siquiera, ser citados. La simple lectura de la obra de Valera, Pepita Jiménez, fue la causa de la expulsión fulminante de varios compañeros cuando cursaban el quinto curso de Latín y Humanidades. ¡Medicina santa y vacuna infalible contra autores rojos o liberales! Gracias a todo esto pasamos nuestros años mozos sin leer a autores tan nefastos y, pasado el momento aquel, siguen siendo, para muchos de nosotros, desconocidos.
Por el contrario, José Mª Pemán era el gran poeta y dramaturgo cuyo “Divino Impaciente” se representaba y cuyas poesías eran leídas en clase en ciertas efemérides. No sé si por desconocimiento o delicadeza, el caso es que nunca nos leyeron una de sus obras más brutalmente política y partidaria: El Poema del Ángel y la Bestia.
La verdad es que todo lo dicho se desprende como una fruta madura del árbol nutricio que formaban los profesores y superiores del seminario. La procedencia de nuestros formadores y la de nosotros mismos, eran familias de derechas y adictas al régimen, de ahí que no sólo no se formulara la más mínima crítica, sino que, incluso, se rindieran encendidas alabanzas. Entre nuestros formadores, alguno se pasó de la zona “roja” a la “nacional”, donde ejerció de capellán castrense y otro había sido sargento en la guerra civil, de modo que cuando intentó darnos gimnasia a los que voluntariamente queríamos asistir a las 6 de la mañana en el campo de fútbol, le salían voces de mando militares incluido el “cuerpo a tierra” que había que ejecutar como si nos llovieran las balas enemigas. En cumplimiento de tan perentoria orden hubo quien dio con sus huesos en un helado charco o en un montón de espinos. No olvidemos que algún profesor, incluso, militó en la División Azul y que otro era hijo de guardia civil. En este somero repaso a nuestros formadores quizá valga la pena recordar los ensayos de canciones (entre ellas, “Somos hombres del mañana” y “Montañas nevadas”) que el entrañable P. Molina (D. Antonio) nos hacía aprender mientras permanecíamos formados, no si de vez en cuando alinearnos y marcar el paso sin movernos del lugar.
El Caudillo era presentado por la generalidad de los formadores como el salvador a quien se profesa gran admiración y como hombre profundamente religioso que decidía los grandes temas de Estado después de permanecer en oración.
La guerra civil había sido una cruzada contra los enemigos de la religión católica, de modo que algún superior reaccionó airadamente cunado A. Montero Moreno en su Historia de la Persecución Religiosa en España no se decidió a calificarla de cruzada.
En medio de este ambiente de ausencia crítica a un régimen dictatorial y de alabanzas a la cabeza del mismo, sólo alguien recuerda que disintieran tímidamente un par de superiores que en sus viajes al extranjero tuvieron ocasión de contrastar ideas con curas franceses y alemanes y ver los regímenes democráticos de estas naciones donde había, incluso, partidos que se apellidaban cristianos.
Si todo lo anterior no era suficiente para canonizar a un régimen y a su dictador, había que añadir los obispos en las Cortes, a Franco recibido bajo palio en las iglesias y celebraciones, y a los curas castigados con suspensiones o traslados cuando se enfrentaban al alcalde “digital” o al cacique de turno.
Un exponente de la catolicidad del régimen y de su bondad lo encontramos en cierta oración que se añadía a la colecta de la casi totalidad de misas. Estoy hablando de la famosa oración “Et famulos”. En ella, después de nombrar al Papa y al Obispo, se nombraba a Franco y se pedía para él como para ellos que fuese guardado de toda adversidad. Sin embargo, mientras que del Papa y del Obispo sólo se mencionaba el nombre y el cargo, de Franco se decía: “ducem nostrum Franciscum com populo sibi commisso et exercitu suo ab omni adversitate custodi”. Se pide, pues, por el pueblo y por el ejército. Un pueblo que le ha sido encomendado a Franco, el Caudillo, quizá como se encomienda un niño menor de edad a un mayor que debe guiarlo para bien del niño, pero sin contar con él, ya que este no sabe discernir lo que le conviene. Si la exégesis anterior es correcta, estaríamos ante la versión sagrada de la tan traída y llevada distinción de los corifeos del régimen entre demófilo y demócrata. Aquel es el que ama al pueblo y por ello, considerándolo como menor, no le encomienda su destino. El demócrata, por el contrario, pone el gobierno en manos del pueblo, con lo que éste, sin saber gobernarse, se precipita en la ruina.
Pero ¿quién es el agente de la encomienda? Quizá la respuesta a esta pregunta esté en la leyenda que rodea en algunas monedas el rostro de Franco: “Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios”.
Un ejército que es del Caudillo, no de la nación, no de España; o quizá sí, pero porque es de Franco que representa a la nación o es el dueño de la misma.
“Ducem nostrum”: Nuestro Caudillo. ¿Qué sentido tiene en labios del celebrante y en un acto de culto público el adjetivo posesivo “nuestro”? Al menos tiene el sentido de que es el caudillo y guía de los católicos, o de que estos lo aceptan y proclaman como tal.
A la vista de esta breve y obvia explicación de la colecta “Et famulos”, acaso se pueda llegar a la conclusión de que en el Seminario Menor no se daba formación política porque ésta hubiera resultado superflua ya que se vivía en una tranquila posesión de la ideología del Nacionalcatolicismo, sin el menor viso de duda o crítica, de modo que sus valores se respiraban y afirmaban diariamente en el lugar y momento más sagrado: la santa misa.
Frente a esta situación, los extranjeros son dignos de compasión, de desprecio e, incluso quizá, de odio. Unos por habernos invadido en la Guerra de la Independencia, otros por habernos pirateado a lo largo de la historia y los más por ser paganos, judíos o protestantes. La asignatura de Historia de España ya se encargaba de dejarlo claro junto con las excelencias del Jefe del Estado como vencedor de la Cruzada y salvador de la Patria.
Por cierto que la colecta comentada tiene una frase sin desperdicio en cuanto a intolerancia religiosa desde la confortable posesión de la verdad en el Nacionalcatolicismo. Es la siguiente: “Et gentes paganorum el haereticorum dexterae tuae potentia conterantur”. O sea: que los paganos y herejes sean triturados por el poder de tu diestra. Más adelante la brutalidad de esta frase se cambiaría por otra más suave, pero no menos soberbia: “Que todos los equivocados vengan a la unidad de la Iglesia y que todos los infieles sean conducidos a la luz del Evangelio”. Este cambio creo que fue simultáneo con aquel otro en el que desapareció de las oraciones solemnes del Viernes Santo la palabra “pérfidos”aplicada a los judíos.
Para terminar podríamos formular las siguientes conclusiones:
1.- No se nos inculcaron ideas políticas de modo descarado como se hacía en otros centros de formación.
2.- Se nos inculcó de modo sutil la aceptación del sistema imperante y la de su máximo artífice y representante, Franco.
3.- El gran enemigo de la Iglesia era el comunismo.
4.- La desinformación sobre los valores negativos del régimen fue tal que nos impidió durante bastante tiempo cualquier actitud minimamente crítica.
(Este texto es la aportación de Ángel Aguado Fajardo al libro “Nacionalcatolicismo y formación clerical en Granada” Homenaje a D. Ramón Rodríguez Rescalvo)

1 comentario:

J. Díaz Atienza dijo...

Ángel, si no recuerdo mal, hacia el 1966 se nos incluía en la OJE (con uniforme incluido) en sus distintas "categorías" dependiendo de la edad