martes, 20 de julio de 2010

TENTACIÓN PAPAL

El Sumo Sacerdote, Pontifex Maximus entre los romanos, Sumo Pontífice, Santo Padre o simplemente Papa entre los católicos había visitado (eso siempre quedaba muy bien) un centro de disminuídos psíquicos profundos: miradas perdidas, bocas babeantes, miembros contorsionados, dependencia absoluta, muecas de sonrisas y de desprecio.
Se retiró fuertemente impresionado pensando si el cuadro percibido cuadraba con el Dios pensado. Entró en su oratorio privado, se arrodilló, cubrió los ojos con las manos y recordó que si era el representante de Dios quizá debiera atreverse a pedirle cuentas. Se armó de valor y formuló la pregunta: Dios, ¿por qué?
Dios, como siempre, guardó silencio, lo que su representante interpretó, no sin razón, como una invitación a usar el propio entendimiento ante el enigma planteado: en otros tiempos, no había modo de encargar los hijos sino a ciegas y sin luz, pero ahora…era posible detectar los fallos en la generación y provocar un aborto a tiempo. ¡Esto es un crimen! Pero ¿no es un crimen, y quizá mayor, que nazca alguien cuyo destino consiste en sufrir y hacer sufrir? Esta reflexión no encajaba ni en la formación recibida ni en su actual modo de pensar. ¿Cómo se me habrá ocurrido semejante idea? Se preguntaba perplejo. Quizá sea la contestación del Jefe a mi pregunta. Un sudor frío le bañó todo el cuerpo ante semejante posibilidad de consecuencias imprevisibles. Se santiguó apresuradamente para ahuyentar la probable tentación y siguió pensando que los hijos debían seguir encargándose a oscuras y que el resultado era la voluntad de Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Durante dos años trabajé como médico en una unidad que la llamábamos en nuestro argot "los profundos". Cuando entré allí, como médico, creí que el mundo se me venía encima, pensé, igualmente, en la gran injusticia que suponía aquel escenario tan deprimente e inhumano.
Pasaron los días y los meses y, a pesar de sus bocas babeantes, su cuerpos deformes, sus bocas desdentadas,se emocionaban, se reían y se sentían queridos y felices, tal como manifestaban su profunda felicidad a través de su lenguaje no verbal. Sentía un enorme cariño por ellos y ellos por mí y, especialmente, por sor Carmen, un santa hermana de la caridad que los amaba con locura. Pasé de ser médico a ser su "cuidador" y vi ese mundo de otra manera.
Un abrazo, Ángel