lunes, 5 de abril de 2010

Las religiones del Libro

Aunque suene mal a los oídos piadosos y espante a algún posible lector; a riesgo de conseguir lo contrario de lo que intento: que termine de ser leída esta página, afirmaré desde ya, y del modo más rotundo que todas la Religiones del Libro son fuentes de fanatismo, y los libros en que se apoyan, ocasión para que los jerarcas que los declararon inspirados y revelados manipulen y opriman a los fieles seguidores.
En efecto, todas las religiones del libro coinciden en admitir de un modo u otro los conceptos de revelación o de inspiración. Sabemos que aquella, la revelación, consiste en que Dios se comunica con los hombres para transmitirles sus designios y su modo de ser; mientras que la inspiración sería la asistencia a un autor humano para que, sin equivocarse, sea vehículo de la revelación. En todas estas religiones existe una jerarquía con el poder de discriminar auténticamente cuales son los libros inspirados, portadores de la revelación, y cual es la recta interpretación de esos libros. En muchos casos, para reafirmar mejor su omnímoda autoridad, invocan una tradición con valor paralelo al de los libros, y de la cual ellos, y sólo ellos, son los autorizados portadores e intérpretes.
Las consecuencias de lo expresado en el párrafo anterior son fáciles de adivinar para cualquier mente mínimamente despierta, y están patentes a lo largo de la historia: fanatismos, imposiciones, guerras de religión, individuos fanatizados que matan a individuos fanatizados que se consideran mártires, jerarquías endiosadas, conciencias torturadas, ciudadanos de segunda, tercera o cuarta, mujeres discriminadas y relegadas, inquisiciones y torturas, oposición al progreso, falta de libertades en todos los campos... En una palabra: la opresión más asfixiante ya que se ejerce desde dentro, sobre las conciencias y en nombre de Dios, y, cuando se puede, ayudada por la represión bruta.
Si Dios, según la Biblia, se arrepintió de haber creado al hombre al ver la maldad de este, a fortiori habría debido arrepentirse de haberse revelado siendo autor de libros sagrados.
Ante todo lo anterior planteemos las preguntas pertinentes e intentemos contestarlas con honradez. ¿Es posible la revelación? ¿Es la inspiración de libros un modo seguro de revelación?
Empecemos por la segunda cuestión. ¿Un Dios que se precie de tal, en el caso de que la revelación sea posible, no podría haber utilizado un medio más seguro para comunicar a los hombres sus designios? Alfonso X, el Sabio, se atrevió a decir en su tiempo que Dios habría sido un creador más perfecto si le hubiera consultado antes de crear. En la línea del rey sabio, se le podía haber aconsejado que se comunicara de modo directo con cada hombre, y así obviara las inspiraciones de libros, las complicadas transmisiones de los textos, la necesidad de jerarcas y exegetas de turno y las pillerías de tanto mandamás. Estoy seguro de que cualquier lector en uso de su inteligencia sería capaz de arbitrar varios medios de revelación segura, de modo que Dios y sus designios quedaran patentes a cualquier ser humano. En conclusión: si Dios pudo hacerlo mejor y no lo hizo, es que lo que los jerarcas dicen que hizo, no lo hizo. Soy consciente de que la conclusión es fuerte, pero a ella me lleva mi razonar y no debo abdicar de mi razón. En una palabra: Dios no es autor ni responsable de la libros en que se basan la religiones del libro.
Terminemos contestando a la otra cuestión. ¿Es posible la revelación? A primera vista parece viable que, dada la existencia de un Dios personal e inteligente, este Dios pueda comunicarse con otros seres también personales e inteligentes, aunque teniendo en cuenta la diferencia infinita entre ambas inteligencias habría que albergar serias dudas sobre la posibilidad de una correcta comunicación. De hecho, como se ha visto en el apartado anterior, la revelación llamada universal y pública no ha conseguido su objetivo, sino todo lo contrario: propagar imágenes contradictorias de Dios y prácticas igualmente contradictorias y, muy a menudo, inhumanas. Por otra parte, la que sería más segura revelación, la directa a todas y a cada una de las personas, no se ha dado como lo demuestra la experiencia, y los contados individuos que se creen portadores de ella se comportan de maneras tan opuestas y defienden ideas tan raras, que es increíble que un mismo Dios se les esté comunicando.
Por todo lo dicho, y a la vista de la experiencia, parece sensato concluir que al menos hasta el presente Dios es un Dios escondido que no pudo, no supo o no quiso revelarse, y que los hombres debemos guiarnos por nuestra razón, y, en continuo diálogo, buscar y seguir el camino que estimemos más correcto, sin hacer caso especial de los que se erigen en intérpretes de Dios, y considerándolos, si lo aceptan, como unos dialogantes más sin ninguna especial autoridad.

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