martes, 6 de abril de 2010

Sobre la Providencia

"De internis neque Ecclesia

"Mirad las aves del cielo..."

"Mirad los lirios del campo..." Mt.6, 26 y 28

Pensando en mi vida pasada, se me ha ocurrido escribir algo sobre la Providencia.

Las frases que encabezan mi reflexión están traídas porque, en lo que sigue, la Providencia se entiende como se refleja en el segundo, tomado de Mateo; y el primero es una máxima que estará presente en todo el escrito o, al menos, eso intento.

Como la construcción latina es concisamente ática, para los profanos la traduciría por: "sobre las intenciones no debe juzgar ni la misma Iglesia". Bajo este lema quiero dar a entender que los juicios que se formulen a lo largo de mi discurso, incluso cuando se refieran a mí, solo abarcan fenómenos externos y nunca intenciones. Espero ser fiel a lo prometido.

Primero, con la fe del carbonero, y después, con la ilustrada del teólogo por los estudios realizados en la Facultad de Teología de Cartuja, allá por los primeros años de la década de los 60, siempre creí que Dios cuidaba amorosamente de sus criaturas y especialmente del hombre, de modo que se debía tomar literalmente en serio la frase de Jesús: "buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura."

Esta creencia me hizo dar pasos que se sintetizan en lo siguiente: ser cura pobre (en parroquias pobres, sin exigir nada por los servicios religiosos, sin buscar ingresos extras como clases de religión...); ser cura obrero (peón de albañil comprometido en las luchas del mundo obrero por lo que llegué a padecer cárcel en los estertores de la dictadura franquista); dejar de ser cura sin haberme procurado antes un puesto de trabajo seguro y bien remunerado. Recuerdo que cuando comuniqué al arzobispo mi intención de dejar el sacerdocio, me advirtió que de qué iba a vivir, a lo que contesté que de peón de albañil como hasta entonces.

Según esta sucinta historia, la fe en la Providencia fue creciendo a lo largo de mi vida de modo que llegó a su cima el día 20 de diciembre de 1980 cuando la Santa Madre Iglesia me obligó a casarme por lo civil ya que había decidido no conceder dispensas a los curas que se querían secularizar. Porque creía en la Providencia y en la lucha por el Reino de Dios, con alegría dejaba una situación de prestigio y privilegio, la sacerdotal, y, sin haberme cubierto las espaldas previamente, me enfrentaba a la vida con el porvenir de un peón de albañil.

Esta evolución no se coció sólo en mi cabeza sino que estuvo arropada por militantes cristianos y por curas amigos. Todos ellos mantuvieron sus espaldas suficientemente a cubierto, ya con el prestigio y privilegio sacerdotal, ya con pingües clases de religión, ya con carreras a veces, incluso, bien remuneradas.

Pronto mi fe en la Providencia empezó a declinar e intenté asegurar mi vida con algo más sólido que la sola confianza en ella por lo que empecé la carrera de maestro. Mi inclinación no se dirigía hacia la educación de infantes y en consecuencia me presenté a una sencillas, pero concurridísimas, oposiciones, y entré de subalterno en la Universidad de Granada. En ella me encuentro, disfrutando con los viejos libros latinos que tratan de las materias que frecuenté en la Facultad de Teología en mis años mozos, y que me están haciendo comprobar que la Iglesia vive en las "estructuras de engaño" y en la "deshonestidad intelectual" de que habla Garry Wills en su libro "Pecado Papal".

Hoy, la fe en la Providencia ha desaparecido, y mi actitud ante la transcendencia la calificaría de respetuoso y reverente agnosticismo. A pesar de ello, puedo decir con cierto orgullo que mi fe en la Providencia y en el Reino de Dios ha sido más seria que la de toda la jerarquía católica, incluidos los frailes mendicantes y las pobres monjas, y que la de muchos asiduos practicantes religiosos cuyas vidas nunca estuvieron a la intemperie por confiar en Dios.

Todo la anterior sea dicho a partir de los datos externos y de los fenómenos observables, sin entrar en interioridades por aquello de que "de internis neque Ecclesia".

Granada a 24 de diciembre de 2001.

Ángel Aguado Fajardo

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