domingo, 4 de abril de 2010

SOBRE LA FELICIDAD

Todo ser humano busca la felicidad. El aserto anterior, tan rotundo e incluyente, puede que de por sí contenga una flagrante contradicción: buscar la felicidad (así, con artículo definido) quizá constituya el camino infalible para no encontrarla.

Si nos acostumbráramos a pensar en términos más humildes y a desear situaciones más en consonancia con nuestra pequeñez y contingencia, no poniendo la meta tan inalcanzable, pude que muchos llegaran a ser felices, aunque no consiguieran LA FELICIDAD. Y esto por una sencilla razón: porque la felicidad no existe.

La felicidad con mayúscula, entendida como absoluto, presupone la existencia, en principio de absolutos. Si bien se piensa, la palabra "absoluto", carece de plural real, a parte de él gramatical, ya que necesariamente si algo es absoluto, ese algo sería único. Y un-algo-absoluto-único, es equivalente al Dios de los filósofos cuya existencia está por demostrar. Por ello, cuando alguien absolutiza cualquier concepto (ninguna realidad es absoluta) o está haciendo un acto de fe en el Dios de los filósofos, o está creando un ídolo.

Intentar reflexionar sobre la felicidad nos ha llevado insensiblemente a desembocar en la transcendencia: sólo se garantiza aquella con la existencia de un transcendente absoluto. Quien acepta la existencia de un transcendente absoluto, bueno, amigo, omnipotente... tiene razones para esperar que alguna vez conseguirá LA FELICIDAD. Con esta aceptación, independientemente de su realización o no, en un futuro terreno o ultraterreno, se consigue una sensación de descanso ya que se han solucionado los terribles problemas del MAL y de la MUERTE.

Todo podrá ser una ilusión (y casi con seguridad lo será), pero una ilusión que lleva a un adormecimiento de las inquietudes existenciales y que nos introduce en una especie de nirvana gratificante.

El creyente descrito resulta, a primera vista, más feliz que el ateo e incluso que el agnóstico. El ateo, siempre a primera vista, va hacia la nada, y el agnóstico no sabe a donde va.

Según estos razonamientos, parece más rentable, por placentera, la situación del creyente, aún en el caso de que todo resulte ilusión ya que la desilusión nunca lo alcanzará, al morir y disolverse con la ilusión en su mente.

Por otra parte la situación de los no creyentes se estima trágica dado el abocamiento de ateo a la nada y el de él agnóstico a la incertidumbre. Pero, por contrapartida, quizá estos, sin obsesión por conseguir la felicidad, disfruten más distendidamente de las felicidades.

Parece, en consecuencia, que los creyentes están en el camino de conseguir la felicidad, sin felicidades; mientras que los no creyentes pude que lleguen a lo contrario: disfrutar de felicidades sin felicidad.

No creas, atento lector, que intento tomarte el pelo, o que de la metafísica hemos descendido frívolamente al juego de palabras. (aunque la metafísica y los juegos de palabras quizá estén más cercanos de lo que muchos creen). La explicación de la aparente aporía es la siguiente:

Los creyentes sacrifican las felicidades cotidianas muy a menudo en aras de conseguir LA FELICIDAD. Tienen que adornarse de arduas virtudes; su Dios las exige dolorosos sacrificios, a veces, de las cosas más inocentes: comidas, sexo, cariños, expansiones, familia...

Por el contrario, los no creyentes, liberados del OJO CONTROLADOR y arbitrario(¿), pueden considerar la vida como un jardín cuyas flores no les están vedadas por ninguna instancia superior y sólo se autolimitan en beneficio del otro o por conseguir un mayor bienestar.

A fuer de cínico, alguien podría decir que el autor escribiendo lo anterior, y el lector-destinatario (¿) leyéndolo, ambos, han perdido el tiempo. Ni aquel se ha aclarado ni este fue convencido. Pero el tiempo nunca se pierde. Se han esgrimido razones más o menos convincentes y las dos posibilidades quedan abiertas. Ambos hemos ejercitado algo a lo que por ser humanos estamos condenados: el pensamiento, la elucubración, el raciocinio... Y ambos seguimos condenados a elegir un camino; a decidir.

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